El lince ibérico y la berrea del ciervo

Aún recuerdo con precisión como hace apenas un suspiro ser madre soltera era considerado un pecado mortal, cómo esta Iglesia que se alza escandalizada en contra del avance de la Ciencia, las marcaba y separaba, cómo eran obligadas a esconder su embarazo, algo que hoy sigue sucediendo en muchas familias carentes de cultura. En muchos casos ese pecado, la vergüenza de haber cometido una acción que les llevaría, cuando menos, al repudio social era lo que les hacía abortar. Abortaban por no dar un disgusto a sus padres que serían señalados, abortaban por la vergüenza que les hacían sentir, por esa marca que duraba incluso hasta el día de su boda, a la que tenían que asistir vestidas de negro. Abortaban en condiciones insalubres, peligrosas, degradantes hasta decir basta. Algunas se casaban obligadas, aguantaban los malos tratos boicoteadas por una moral falsa y pendenciera. Una moral que muchos de los que la preconizaban no cumplían, ni cumplen, cuando estaban o están entre “bambalinas”. Se convertían en seres desgraciados, marcados por unos condicionantes religiosos totalitarios cuyos tentáculos llegaban hasta las más altas esferas de la política y la sociedad. Y, ahora, los que antes castigaban y siguen vetando esos embarazos, porque, no nos engañemos, para la Iglesia católica aún sigue siendo pecado mantener relaciones previas al matrimonio, tener hijos fuera de él, incluso volverse a casar sin el permiso de unos tribunales que se alzan como poseedores de la única verdad. Para algunos de ellos, ser madre soltera, aún sigue siendo un pecado, un motivo para la repudia social, casi un crimen que siguen utilizándolo para condicionar y dominar. A la Iglesia católica le importan un bledo los condicionantes, los motivos, las repercusiones, los daños colaterales, porque algunos de sus miembros doctos en la manipulación mental, ven peligrar sus cetros. No nos engañemos, sólo hay un tema a debate, una única cumbre a conquistar en todo esto: el poder.
De igual forma pasó con los homosexuales, a ellos se les veto y se les veta, el derecho a ser felices, a elegir. No importaba que durante años tuvieran que ocultarse, casarse, engendrar hijos obligados por unos “mandados” dictatoriales y contranaturales. No importaba que fuesen infelices e hicieran infelices a otros. A los seres vivos que les rodeaban, a esos seres vivos que tanto dice proteger esta Iglesia católica que ahora se alza como defensora de una vida que aún no es tal. La Iglesia católica se olvida, o quiere hacer que olvida, que no todos profesamos esa religión y que ella debería tener voz y voto sólo para los que están en sus filas. No recuerdo bien ahora que religión es pero me viene a la memoria una de tantas que no deja a sus fieles hacerse transfusiones de sangre, entre otras muchas cosas. Es, si cabe, una medida más en contra del avance de la Ciencia. De esa Ciencia que cada día está más emparentada con Dios. Sí, por supuesto, con el Diablo también. Es evidente que todo tiene dos caras, pero las caras están en manos de quién las elige y dioses y demonios hay en todos los ámbitos, en todos.
¿Se han preguntado ustedes por qué la Iglesia tiene tanto miedo a la Ciencia? Cómo dice uno de los personajes de mi última novela, “La décima clave”: “Si Dios no hubiera querido que Eva y Adán comieran del Árbol de la Sabiduría, le hubiera bastado con quitar el árbol de allí, pero no lo hizo…”
A este paso tendremos que ponernos todos el cilicio. Sí, no se rían, visto lo visto, todo es un ser vivo, incluso antes de ser.
Pobre lince ibérico, ni idea tiene de lo que se le viene encima. ¡¡¡Qué "aberroncho"!!!
PD: Por máximas de extensión me dejo mucho en el tintero.
© Antonia J Corrales

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