
Es difícil hablar u opinar sobre estas fechas en las que las emociones surgen como estrellas fugaces sobre el cielo; sin previo aviso, sin darnos tiempo para reflexionar. En estos días los sentimientos ascienden a la superficie como lo hacen las burbujas del cava ; a cada brindis un nuevo recuerdo, una nueva sensación.
Un sentimiento extraño de nostalgia nos hechiza y hace que nos sintamos más vivos y vulnerables de lo que solemos ser o estar durante el resto del año.
Los recuerdos, a veces, duelen. Saben a añoranza, a vino viejo, a piel curtida por el paso del tiempo, por la vida y la soledad. Saben al anhelo de aquella mirada furtiva que nos robó el alma y el corazón, al brillo de aquellos ojos que ya no podremos volver a ver.
En estas fechas las emociones cobran vida propia, se pasean con nosotros sin que nadie las pueda ver; como seres mágicos e invisibles que hubieran escapado de un cuento infantil. Se esconden tras cada villancico y juguetean con nuestros recuerdos haciéndolos ir y venir. Se columpian sobre las luces de colores que parpadean en las barandillas de las terrazas, sobre las ramas verdes de los abetos, en las farolas que alumbran nuestras calles y aceras, en el estallido estridente que producen los petardos, y, como chiquillos presas de su propia condición, hacen y deshacen con nosotros a su antojo.
En navidad, todos somos y nos comportamos de una manera diferente. Unos, llevados por los recuerdos, otros, porque a pesar de no estar de acuerdo con la tradición, ésta, irremediablemente les arrastra y, como a los demás, les hace sentir esa sensación indefinida que producen estas fiestas. Ese sentimiento remolón, empalagoso, pero incontrolado y excitante, que algunos definen como el espíritu de la navidad.
En estas fechas, es irremediable no sentir, sentir nostalgia; tristeza, emoción inesperada ante un hecho que en otro momento carecería de valor. Sin embargo, y a pesar de los peros existentes sobre lo que conllevan estas fechas, yo les pregunto: ¿hay algo más hermoso que sentir?... Eso mismo pienso yo: absolutamente nada. Por eso y no por otra cosa, en este pico del águila empapado de nostalgia y recuerdos, adornado con los brillos de las luces que engalanan los pueblos que se asientan sobre la sierra del Guadarrama, sólo me resta decirles que sientan, que dejen que sus sentimientos vuelen, que garabateen sus deseos sobre el almanaque del nuevo año, que estampen su firma con pasión en cada uno de los instantes de su vida.
¡Felices fiestas! Que los dioses les traigan lo mejor, aunque a veces, lo mejor, no siempre es lo más deseado, sino lo más necesitado.
No se dejen escapar la navidad, ésta navidad, y sientan, ¡por nada del mundo dejen ustedes de sentir!
© Antonia J Corrales
Nota a pie de página: Las lucecitas no parpadean porque estamos en crisis y hay que ahorrar.