Claustro |
En Córdoba, en el antiguo Convento del Corpus Christi, está ubicada la Fundación Antonio
Gala. En pleno casco antiguo, rodeada de siglos de historia. En una Córdoba
única e irrepetible, preñada del olor del azahar; del colorido de las flores que habitan sus balcones,
ventanas y fachadas, de la angostura de sus calles, de la Mezquita y los
millones de suspiros ahogados de los ajenos que la contemplan y.., de los
fantasmas que la habitan. Entre sus paredes crecidas de historia, erguidas
sobre algunas ruinas arqueológicas y protegida por su propio fantasma dieciséis
jóvenes promesas dan rienda suelta a su arte durante nueve meses.
Cuando se entra en Córdoba, cuando se la contempla, cuando
se mora en ella, cuando la sientes y la hueles, comprendes por qué La Fundación
Antonio Gala está allí y no en cualquier otra ciudad. Porque de igual modo y
manera que lo hace Córdoba, la fundación en sí; sus directores, o guías, más
bien lo segundo que lo primero, sus alumnos, sus empelados y su gobernanta habitan
la esencia pura de la vida: la creación y el respeto a ella en el sentido más
literal de la palabra.
En los espacios
destinados al estudio y la creación, uno siente necesidad, una casi incontrolable necesidad de crear. Aspira el característico olor
del óleo y vuela con él, recorriendo ávido cada una de las pinceladas de los
cuadros. Las esculturas, los moldes de escayola y las composiciones . El olor
del papel, de la pluma, de historias de
hombres y mujeres, de fantasía y ciencia ficción, de locura y crimen pasional, incluso
de investigación sobre el propio Gala. Y con ellos, con los dieciséis jóvenes
creadores que habitan el antiguo convento, junto a la sombra visible a veces y
otras no tanto de Sor María Gracia, el fantasma, que no pierde detalle de tus
pasos, tienes la sensación de estar en un espacio tiempo diferente. Más cálido,
más humano, más luchador. Lleno de sueños, promesas, anhelos y vida.
Mi paso
por La Fundación Antonio Gala para impartir una conferencia fue algo más que
una de mis actividades profesionales, se convirtió en una experiencia privativa,
especial y diferente. Fue como caminar por un desierto en el que se empiezan a
construir las pirámides, en el que la biblioteca de Alejandría recoge su primer
texto.
En el que se te da la oportunidad de desvincularte de todo lo superfluo y llenarte de la propia esencia del ser humano, porque allí eso es lo único que se cultiva.
Carmen Burgos, la
directora, la madre férrea que vela por sus dieciséis cachorros, que se
emociona cuando piensa en el cierre de curso, que se afana por conseguir más
subvenciones para que a ninguno le falte material, todo el material que
necesiten para crear. Sin apenas tiempo pero con la ilusión y las ganas siempre
renovadas. Aurora, la gobernanta, con su dedicación exclusiva, con sus lágrimas
apunto de resbalar por sus mejillas cuando habla de ellos, de sus niños. Los
suyos y los de la fundación. Luis, el dicharachero, optimista y vital,
secretario de Antonio Gala. Para él cada paso, cada rincón del convento, cada
obra de los alumnos de la fundación es como descubrir El Arca de la Alianza. Y
la tiene allí, doy fe de ello porque la he visto con mis propios ojos en cada
trabajo. Y Antonio, Don Antonio Gala. Algo más que un padre, que un amigo, que
un compañero para los alumnos: sencillamente Antonio. Grande, franco, inteligente
y lleno de vida. Con él compartí almuerzo y cena, conversación, risas, anécdotas,
incluso tarareamos una canción camino de su despacho. Y me gustó..., mucho. Porque estuve con él,
con el hombre, con Antonio a secas, sin más. Todo un privilegio.
Y el fantasma de Sor María Gracia, que no me
dejó ni un minuto sola. Velaba porque no se me escapase un detalle de aquel claustro en el que la
vida surge a golpe de pincelada, al esculpir, en cada verbo, adjetivo o
preposición. En el aire inseminado de sueños cumplidos o por cumplir, en la
buena fe de sus directivos y patronos, en la necesidad que les apremia de proteger a nuestros jóvenes creadores.
Ella, Sor María Gracia, se presentó antes de que nadie me hablase de su existencia.
Me dio la bienvenida abriendo una puerta, cerrando otra, cambiando un objeto de
sitio. Después colocó sus cubiertos vacíos frente a los míos y rezó un avemaría
en un murmullo bien entonado de madrugada en mis oídos. Es inofensiva, me
dijeron. Pero..., un poco puñetera, dije yo cuando escuché aquella oración susurrada
en mi oreja, acompañada del sonido de las cuentas de un rosario, a las cinco de
la mañana.
Eché en falta a los
medios de comunicación, a algunos medios. A muchos que deberían darse de vez en
cuando una vuelta por las salas de creación de la fundación. Beber de su
sabiduría, dar a conocer su arte y apoyar a los jóvenes que allí se hospedan y
que con total seguridad son firmes promesas. Dejar que Sor María Gracia salga
velada en alguna de sus fotos, que Carmen Burgos les enseñe lo que es pelear,
luchar sin apenas apoyo, que Aurora les cuente las proezas que hay que hacer
para llegar a fin de meses con dieciséis hijos, que Luis les muestre su
maravilloso y auténtico teléfono móvil -él, Carmen, los alumnos y yo sabemos a
qué nos referimos-, que Antonio Gala
pueda pasearse como el padre que es, sin el acoso de las cámaras y ver como el
arte, la cultura y la creación tienen por fin el apoyo que se merecen. El que
la fundación persigue y por el que fue creada y apadrinada. Pero esto, el arte,
la creación y la cultura, en nuestro país, desgraciadamente, siguen proyectándose
solo en salas de arte y ensayo.
"Pone me ut
signaculum super cor tuum", "Ponme
como un sello sobre tu corazón", reza el lema de la Fundación. Ellos lo
pusieron en el mío.
3 comentarios:
Envidia sana, compañera. Por experiencias como la que narras merece la pena lo que hacemos. Éxitos y un abrazo!
Sí, por esto y por muchas otras cosas merece la pena nuestro oficio. Gracias, secuencia, muchas gracias. Un besazo
Precioso.Hermoso ambiente y especial el momento. Enhorabuena.
Saludos.
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