Después de un día
de lluvia salió el sol en Madrid, en mi Madrid, en ese Madrid nuestro de calles
llenas de gente apresurada por cumplir con sus quehaceres diarios, de turistas
inquietos, despreocupados y felices que pasean sus calles habitando los
rincones de una ciudad que apenas duerme unas horas; que nos trasnocha y nos habita a todos. Que nos enamora. En la
que dejamos, día tras día, sueños, anhelos, lágrimas calladas y deseos que se
columpian sobre sus fachadas vestidas de historia. De altos que pugnan por
robarle la libertad y la belleza al cielo. Tatuada por cientos de semáforos y
cruces. Salpicada por el agua que se escapa de sus fuentes. Surcada por alguna
gaviota nómada que extravió el rumbo en busca de un mar que a los madrileños nos
queda lejos, pero que llevábamos muy cerca de nuestro corazón de secano igual y
del mismo modo que si hubiéramos nacido en él; en ese Mediterráneo que sentimos
un poco nuestro. Este Madrid que tanto amo y que, al tiempo, me mata, fue el
lugar en el que encontré el día dieciocho, viernes, a una tribu urbana esperándome
bajo un paraguas rojo. Se hacen llamar mujeres de agua y tienen el don de ver
más allá de las palabras. Dicen que no se rinden ante las adversidades, que
taconean al unísono, parodian algunos anuncios y son lectoras empedernidas con
alguna que otra manía sobre la colocación de las perchas.
Pilla un taxi, así
llegarás más descansada, me dijo mi hija mayor por un WhatsApp enviado desde su
oficina, cuando yo estaba en el autobús camino del encuentro. Preocupada e
inquieta insistía en que era más cómodo para mí. Son solo dos estaciones desde
Moncloa, le respondí con otro WhatsApp; con dificultad porque las teclas de mi
teléfono tienen la malsana costumbre de estar demasiado juntas. Pulso una y se
marcan dos. Le doy a la n y se marca la m. Me desquicio y abronco al teclado mientras observo que a uno de los pasajeros
le sucede lo mismo que a mí. Pero él no habla al teclado como yo. Se limita a
golpearlo. No sé qué es mejor, si su postura o la mía. Al menos no soy la única
a la que se le va la cabeza con esto del mal funcionamiento de la tecnología, pienso
mirando la pantalla de mi teléfono y escribo: no te preocupes, no me voy a perder.
Sé que ella, mi hija, está más preocupada por mi poca capacidad de orientación,
por mi despiste cotidiano, que por mi posible cansancio, pero no quiere
decírmelo. Ríe con letras que se desperdigan graciosas por la pantalla junto a
varios emoticonos, y yo la respondo con las mismas carcajadas, con la misma
complicidad y un dibujo de un corazón.
Madrid me recibe con
su característico anonimato, ése que te permite pasar desapercibido, ser uno
más o no ser nadie. Ventajas y desventajas de las grandes urbes, dónde la
soledad le echa una partida a carta descubierta a la realidad. Dónde el no ser nadie, puede matarte o darte la vida y la
libertad.
Moncloa, Arguelles
y Ventura Rodríguez. Luisa Fernanda y el Café Viena Capellanes. Mis mujeres de
agua; el olor de la repostería, del café, los abrazos, las risas y ese ambiente
mágico que siempre reside en los
encuentros que tengo con mis lectores:
Dime tu nombre, porque en el facebook os tengo localizadas, pero en vivo y en directo
todo se complica, tuve que explicar, algo abochornada, en varias ocasiones. María Loreto Navarro Pacheco y yo, mi Lore,
que tantas ganas teníamos de vernos en persona, nos reconocimos sin hablar,
como si un hilo invisible nos hubiera unido desde siempre. Una mirada fue suficiente
para sabernos. Ya nos habíamos habitado demasiadas veces en la red. Cuando las
almas se entienden las presentaciones sobran. Patri con ese brillo de verdad asomando en sus
ojos. Con una espontaneidad que me encandiló. La elegancia de Concha Yunta Ferrer.
¡Qué mona va esta chica siempre!, suelo decirle cuando nos encontramos. Ella ríe,
sé que le da un poco de vergüenza que se lo diga, pero a mí me gusta verla reír
así, como si lo hiciera a media voz. Mercedes González Santandreu sin su sombrero, su
seña de identidad en la red. Todas preguntamos por él. Casi que se le echó en
falta como si fuera uno más que no había podido asistir al encuentro y al que
todo esperábamos. Es tan bonito, Mercedes, y te queda tan bien. Carmen,
mi Carmen de Navacerrada llenando con su amplia sonrisa cada minuto, cada
palabra. Lola Camarena, mi amiga desde hace ya más de veinte años. Qué tiempos
aquellos, Lola, cuando éramos "las mamás", ni mejores ni peores,
diferentes e irrepetibles, como los de ahora mismo, pensé al verla llegar, tan
guapísima de rojo, como nuestros paraguas protectores. Mi Begoña, con su
fuerza, como siempre arrebatadora. Este año no nos hemos encontrado en la cafetería de la radial
desayunando a la vuelta de las vacaciones, comentamos muertas de risa, recordando
la coincidencia del año anterior.
Mercedes Gallego
Moro dio comienzo al acto mientras todas, encandiladas, nos dejábamos llevar
por sus palabras, por ese arte innato que tiene para comunicar y que nos dejó
con ganas de seguir escuchándola más tiempo, y es que no supo a poco. Ella es
como un buen vino, dejó un regusto a vida e ingenio en nuestros oídos. Elena L, Martínez, Gema Martinez y yo nos
habíamos encontrado antes. Nada más salir del metro nuestros pasos se cruzaron.
Caminando, con y junto a ellas, recordé el día en el que conocí a Gema en una reunión de lectores
en La Casa del libro de Gran Vía. Cuando la vi me dije: es especial. Fue como
si la conociese desde siempre. La chica de la botas de montar y el pelo largo, era
como la apodaba para que mi marido pudiera identificarla cuando hablaba de
ella. Y Elena, mi Elena, nos vimos por primera vez en la feria del libro de
Madrid. Volverás, les dije a ella y a su hermano. Y volvieron. Ella se quedó a
formar parte de mis amigas del alma. Es un pedazo de mi vida del que no puedo
prescindir. Como lo es Cita Franco, que
no pudo acudir al evento y a la que
mencionamos mientras íbamos camino del Café Viena Capellanes, echando en falta
su energía arrolladora y mandándole la nuestra.
Por aquel lugar
entrañable, de decoración sobria y
atención exquisita, pasaron sueños; recuerdos, preguntas sobre la vida,
la mía y la de ellas, mis mujeres de agua. Encuentros a media voz, miradas
cómplices, anhelos y ganas de vivir, sobre todo eso, ganas de vivir. Compartimos
instantes únicos, risas, confesiones entre firmas y dedicatorias, manías y
hasta colgamos todas las perchas de la ropa en la misma dirección. Parodiamos
el popular gesto Martini y nos reconocimos unas en los ojos de las otras. Antes,
Elena, Gema, Mercedes y Begoña reprodujeron el taconeo que siempre hacen a sus
invitados en las reuniones que organizan y que a mí me recordó por su simbología a la Haka, la danza Maorí de bienvenida. !Me
encantó!
El tiempo se nos hizo demasiado corto. Encogió
quedándose muy pequeño para poder abarcar tantas ganas, tanto por decir, por
contar y por compartir. Y nuestros gestos de alegría , de superación y de
valentía, habitaron las cámaras de los teléfonos móviles, de las tablets, de
los portátiles...
Gracias a Maite
Jordan, Almudena Gutiérrez, Carmen Navas
Molina, Mercedes González Santandreu, Diana Arenas, Nieves Beteta, Mari Muñoz,
Pilar Blanco Casado, Carmen Martín Audouard, Patri Casellas Redondo, Mercedes Gallego
Moro, Lola Camarena, Ascensión Reverendo Paredes, Elena L Martín, Gema Martín,
Begoña Pérez, Pablo Duarte Vergara, hombre de viento y agua y a todas y todos
los que no estuvisteis presentes pero sí con el corazón y el alma. Espero no
haberme olvidado de nadie.
Gracias a todas por hacerme parte de vuestra
estirpe. Por hacerme sentir tan especial, por darme a conocer vuestros
secretos, vuestros anhelos, vuestra forma de ser y de vivir; ésa que define a
las mujeres de agua. Os llevo en el corazón.
Mercedes, Elena
L y Gema ¡Gracias! Sin vosotras esto no habría sido posible. La
magia, estoy segura, habría esquivado el lugar, y no, se quedó allí, a nuestro
lado, bajo nuestro paraguas rojo, el mismo que hace ya tanto tiempo nos unió. ¡Bendito paraguas!
Antonia J Corrales
3 comentarios:
No es una mujer de agua la que habla, es el agua que llena a las mujeres, porque sabe como nadie derramar los sentimientos por las letras. Gracias a ti y a tu energía, que circuló a raudales impregnándonos de cariño, de alegría y, aunque suene cursi, de amor.
No sé si hubiera sido posible sin nosotras, Antonia., pero creo que sí. Lo que puedo asegurar es que sin ti no lo hubiera sido. No al menos como fue, porque no todas las escritoras derrochan esa sencillez que te hace tan grande.
Que maravillosa gente eres Antonia. Se me cae el lagrimón. Eres como la esencia de tus novelas, apasionada, rebelde, dulce y siempre dejas huella. Te adoramos, a ti y a tus mujeres de agua, a las de carne y hueso y a las de papel. Deseando escucharte y leerte de nuevo. 1000 besos.
Que maravillosa gente eres Antonia. Se me cae el lagrimón. Eres como la esencia de tus novelas, apasionada, rebelde, dulce y siempre dejas huella. Te adoramos, a ti y a tus mujeres de agua, a las de carne y hueso y a las de papel. Deseando escucharte y leerte de nuevo. 1000 besos.
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