Centralita ,dígame ¿con quién le pongo?



Pasamos de una dictadura a una democracia. Del pequeño comercio, con horarios humanos, de lunes a viernes respetando las fiestas de guardar, a las grandes superficies con horarios infinitos, contratos basura y días laborables que no entienden de conciliación familiar. De las carreteras comarcales a las grande autopistas y las radiales. Del vaso de yogur con un hilo conectado a dos envases, de un único teléfono para todo el pueblo con centralita, a los teléfonos en los domicilios que dieron paso a los móviles inteligentes; personalizados hasta decir ¡basta! De las cartas que inundaban las oficinas de correos en Navidad a los mensajes SMS , los WhatsApp o las video llamadas ; a veces indiscretas e inoportunas. De las placas de RX a los Tac o las resonancias magnéticas que tanto bien nos hacen. De libros formados por páginas infinitas donde se registraba, a mano, con bolígrafo o lápiz con mina de grafito, el stock para el inventario anual de tienda. De calculadoras con aquel apéndice de papel, al que llamábamos rollo de control, a los ordenadores personales que nos hacen un balance de situación en apenas unos minutos, con los que vendemos nuestras casas, nos compramos un coche, efectuamos trasferencias bancarias sin necesidad de pisar la sucursal; buscamos pareja, muebles de cocina o tal o cual ungüento para adelgazar, rejuvenecer o aliviar una indigestión.


Nosotros fuimos los que hicimos posible el mundo que ves y del que disfrutas; con sus victorias y sus derrotas, con el sudor de nuestra frente y lágrimas en los ojos. Somos la generación no reconocida, esa que vivió y construyó un mundo en el que la tecnología se ha hecho la dueña de nuestra vida, donde los avances científicos son un milagro. Donde las mujeres tienen voz y voto, donde el divorcio es posible y hay libre elección de condición de vida, ideas políticas y religiosas. Decidimos que tener hijos a los 30 no era una locura y, a pesar de que ya entonces se nos decía que éramos mayores para esos menesteres, demostramos que estaban equivocados.


Ahora somos demasiado mayores, porque vosotros sois demasiado jóvenes. ¡Qué ironía! Yo también creí que siempre sería joven, al menos, cuando lo era, físicamente, no pensaba en ser “mayor” pero la diferencia, la gran diferencia de esta sociedad en la que vivimos, es que antes, nosotros, los que éramos “jóvenes”, no veíamos a los mayores como a personas incapaces de desarrollar vuestro trabajo, muy al contrario. La diferencia entre vosotros y nosotros es que nosotros luchábamos con uñas y dientes por nuestros derechos y los de nuestros mayores que no eran precisamente personas de 40 o más de 50 sino gentes de más de 70 años que habían tenido sus hijos con 20 o 23 años. La diferencia, la mayor diferencia, es que nuestra sociedad rebosaba valores, sueños de libertad, de igualdad, de lucha y de empatía.


Somos la generación olvidada y casi desterrada del mercado laboral,; ni demasiado viejos ni tan jóvenes; sufrimos el síndrome del jueves, siempre en medio.


Sin nosotros no habríais conseguido nada de lo que tenéis, todo eso que os hace sentiros tan necesarios, imprescindibles y jóvenes.


Sin nosotros perderéis una humanidad que, de seguro, algún día tendréis también que reclamar, porque todo acto tiene sus consecuencias y olvidar, tarde o temprano, conduce a ser olvidado.


Antonia J Corrales © Copyright 17 de junio 2019





3 comentarios:

El coherente dijo...

👍👍👍👍👍👍

El coherente dijo...

Como siempre estás en lo cierto

Antonia J Corrales dijo...

Muchísimas gracias. Un abrazo enorme.