Mi profesora de lengua, sor Laudelina, personaje que aparece en mi última novela "La décima clave", fue, en parte, la responsable de mi afición por las letras. Ella me enseñó prácticamente todo lo que sé de prosa. A conjugar con precisión, a utilizar los adjetivos, a construir recursos lingüísticos. Jamás consiguió que aprendiese las reglas que rigen la lírica,pero, como ella decía, yo era demasiado arisca para la poesía. Fue la que más sufrió aquel anónimo que estaba tan pulcramente escrito y que fue el detonante para mi identificación. La autora no podía ser otra alumna. Aquellas letras eran mi DNI, llevaban parte de mi ADN. Aún tengo sus palabras grabadas en mi mente a golpe de martillo rítmico, con una visualización ortográfica y gramática perfecta : "¡ Dios nuestro señor!, que hayas utilizado el lenguaje tan bien para ponernos tan mal..." Ella me enseñó tanto y tan bien que siempre la estaré agradecida. Su nombre aparece en la obra como un homenaje a la dedicación que profesaba a sus alumnos. Era súper culta, súper bajita, y tenía súper mala leche, pero fue la mejor profesora de lengua y literatura que tuve. Y no sólo eso, fue una de las mejores personas que conocí dentro de la orden de religiosas. Con ella también aprendí que la buena gente nunca se deja llevar de la mano de la política ni de las corrientes sociales, de los modismos, sean éstos cuales sean.
La esencia del ser humano es lo único relevante en esta vida, pero, desgraciadamente, la mayoría de las personas tienen un precio. Y lo más triste es que se lo ponen ellos mismos.
Entonces ya sabía que era escritora, lo supe desde siempre, como supe que si ejercía me moriría de hambre. Es el estigma de los creadores, de la mayoría de los creadores. Mientras los que viven de tu trabajo se forran, tú estás a verlas venir. Comprendí que los escritores somos como los agricultores, la gente del campo, generamos la materia prima pero cobramos una mierda. Entonces, como no era nada "larriana", nunca lo he sido, o lo que es lo mismo, no quería morirme de pena mirando mis cuartillas huérfanas, ni mucho menos cortarme las venas, decidí posponer la literatura. Pero ya sabemos como es el destino de puñetero y los acontecimientos se dieron la mano formando una cadena que me condujo a donde estoy, irremediablemente, así fue.
Pero eso es harina de otro costal. De otra cocina en la que aún no está encendido el fogón. Quizás continúe algún día con estas divagaciones, pero, por el momento dejo la masa a la espera de encender el horno.
© Antonia J Corrales
4 comentarios:
Mi Sor Laudelina fue D. José Pedro, nunca podré pagarle (ya veo que ni mucho menos si de mayor consigo ser escritor) que cada día, durante ocho años, nos hiciera conjugar un verbo, analizar frases, un dictado y una redacción.
Asín escribo de requetebien.
Un beso.
Tu nombre es perfecto para una historia corta...
"Antonia J Corrales"
Inés, podrías especificar un poco más? A qué te refieres?Es que me dejas un tanto perdida...
Por cierto, me he pasado por tu blog... muy bueno!!!
Antonia J Corrales
jaja tan perdida como yo..
que casi no se lo que quiero decir... Pero se que me gusta tu nombre para ser protagonista de alguna historia, y lo q yo llego a escribir es corto.. jeje por eso!
ya mas claro??
gracias por el alago del blogxD
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