DIARIO DE UNA ESCRITORA XVIII

 Ir donde siempre, es como ir a ningún lugar

Reiniciarse, volver a comenzar, darte un tiempo para pensar. Huir, irse, ausentarte unos segundos que, a veces, se convierten en días sin habitar. Días que resbalan y giran entre nuestros dedos como las cuentas de un rosario mientras nuestros pensamientos, como si de trashumantes se tratase, vagan de un lado a otro. Van y vienen junto a la realidad que nos aturulla. Se unen a los problemas sin resolver,  y se van de la mano de aquello que hicimos mejor o peor, de lo que pudimos hacer o lo que no nos dejaron realizar, sentir o tener. Son esas etapas en las que, irremediablemente, bailamos entre el pasado, el presente y ese futuro con el que soñamos. Mientras, repetimos una especie de jaculatoria que la mayoría de las veces, irónicamente, nos hace perder la fe. 


Hay momentos en los que debemos cortar hilos, cordones, lazos, cuerdas… en los que debemos dejar que la cometa vuele sin control entre las nubes grises que nublan el sol de una primavera esquiva, fugaz e imprevisible; como la vida. 


Hay veces en las que la pluma se niega a plasmar un solo pensamiento, una palabra, un trazo diminuto, un punto perdido sobre el papel en blanco, una coma que te dé aire para respirar o esos maravillosos puntos suspensivos en los que cualquier cosa puede entrar. Y, aunque esté cargada de tinta, ideas, personajes, historias y sentimientos, no conseguimos mantenerla viva ni al ralentí.



Hay días en los que el autobús no nos conduce a ninguna parte, porque ir donde siempre es como ir a ningún lugar. Días en los que no encontramos estrellas que contar. Son aquellos en los que ese orden caótico que dirige nuestra vida necesita rehacerse, reinventarse;  volverse a desordenar.
Antonia J Corrales © Copyright 17 mayo 2019

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