Reiniciarse, volver a comenzar, darte un tiempo para pensar. Huir, irse,
ausentarte unos segundos que, a veces, se convierten en días sin habitar. Días
que resbalan y giran entre nuestros dedos como las cuentas de un rosario
mientras nuestros pensamientos, como si de trashumantes se tratase, vagan de un
lado a otro. Van y vienen junto a la realidad que nos aturulla. Se unen a los
problemas sin resolver, y se van de la mano de aquello que hicimos mejor o peor, de lo
que pudimos hacer o lo que no nos dejaron realizar, sentir o tener. Son esas
etapas en las que, irremediablemente, bailamos entre el pasado, el presente y
ese futuro con el que soñamos. Mientras, repetimos una especie de jaculatoria
que la mayoría de las veces, irónicamente, nos hace perder la fe.
Hay momentos en los que debemos cortar hilos, cordones, lazos, cuerdas… en los que debemos dejar que la cometa vuele sin control entre las
nubes grises que nublan el sol de una primavera esquiva, fugaz e imprevisible;
como la vida.
Hay veces en las que la pluma se niega a plasmar un solo pensamiento, una
palabra, un trazo diminuto, un punto perdido sobre el papel en blanco, una coma
que te dé aire para respirar o esos maravillosos puntos suspensivos en los que
cualquier cosa puede entrar. Y, aunque esté cargada de tinta, ideas,
personajes, historias y sentimientos, no conseguimos mantenerla viva ni al
ralentí.
Hay días en los que el autobús no nos conduce a ninguna parte, porque ir
donde siempre es como ir a ningún lugar. Días en los que no encontramos estrellas
que contar. Son aquellos en los que ese orden caótico que dirige nuestra vida
necesita rehacerse, reinventarse; volverse a desordenar.
Antonia J Corrales © Copyright 17 mayo
2019
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