Hace tiempo que el tiempo se
volvió otro; inestable e imprevisible, como las fallas geológicas. Mi búsqueda
y mis sueños se descarriaron en las cunetas, sobre viejas vías de madera seca y
carcomida, pobladas de vegetación. Se dejaron estar como juguetes rotos. Como
muñecas desnudas de pelo sintético y desgreñado pasaron a ser parte de una nada
cargada de recuerdos, que solo unos pocos recuerdan junto a mí.
La vida es complicada en este
microcosmos que, irónicamente, es infinito, en este espacio de tiempo que no
hemos podido elegir. En él casi todo se valora y concreta con un simple
chasquido de dedos, corto, rápido, sonoro y casi siempre injusto. Sin
preámbulos, sin valorar el antes o el después, todo es, o deja de ser en apenas
un segundo. En él, en este presente tan atropellado como eventual, hay que
estar antes de ser. Ser o no ser ya no es un dilema, tampoco pensar indica
existir. Nada es lo que parece y parecer suele ser lo más importante.
Sin darnos cuenta hemos pasado a
formar parte de un todo que cada día es más amorfo, más impersonal, más
automatizado, informatizado e inhumano. Un tiempo en el que los trajes a medida
ya no los hace un sastre o una modista, en el que hilvanar antes de coser y
sobrehilar después, se ha olvidado. Tal vez, por ello, todo, tristemente, tiene
una duración momentánea, nace y muere de un día para otro. Como si fuésemos
insectos cuyo ciclo vital dura veinticuatro horas, amamos y odiamos, aceptamos
o repudiamos en un parpadeo. Lo hacemos sin valorar más allá, sin tener en
cuenta el peso que los otros llevan sobre sus espaldas mojadas. Poco a poco
acumulamos cientos, miles de retales deshilachados, plagados de rotos y
descosidos que esperan en vano a ser reciclados; porque hay heridas que nunca
sanan.
A veces hay que poner todo patas
arriba, darle una guantada al tiempo, un puntapié a lo establecido, hacerle
ascos al qué dirán y buscar una hoguera de leña donde hornear nuevos
horizontes. Volver al origen, al camino empedrado, al sonido del agua corriendo
por la pendiente, al viento que mueve el aire y lo renueva; hay que buscarse
para volver a reencontrarse. ¡Es lo que tiene una crisis existencial!
Nos vemos en septiembre, cuando
las hojas de los árboles cubran las aceras de ocres y el viento y la lluvia nos
arropen. Feliz verano, con o sin vacaciones de por medio.
Antonia J Corrales © Copyright 6
de agosto 2019
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