Diario de una escritora XIX


Hace tiempo que el tiempo se volvió otro; inestable e imprevisible, como las fallas geológicas. Mi búsqueda y mis sueños se descarriaron en las cunetas, sobre viejas vías de madera seca y carcomida, pobladas de vegetación. Se dejaron estar como juguetes rotos. Como muñecas desnudas de pelo sintético y desgreñado pasaron a ser parte de una nada cargada de recuerdos, que solo unos pocos recuerdan junto a mí.

La vida es complicada en este microcosmos que, irónicamente, es infinito, en este espacio de tiempo que no hemos podido elegir. En él casi todo se valora y concreta con un simple chasquido de dedos, corto, rápido, sonoro y casi siempre injusto. Sin preámbulos, sin valorar el antes o el después, todo es, o deja de ser en apenas un segundo. En él, en este presente tan atropellado como eventual, hay que estar antes de ser. Ser o no ser ya no es un dilema, tampoco pensar indica existir. Nada es lo que parece y parecer suele ser lo más importante.

Sin darnos cuenta hemos pasado a formar parte de un todo que cada día es más amorfo, más impersonal, más automatizado, informatizado e inhumano. Un tiempo en el que los trajes a medida ya no los hace un sastre o una modista, en el que hilvanar antes de coser y sobrehilar después, se ha olvidado. Tal vez, por ello, todo, tristemente, tiene una duración momentánea, nace y muere de un día para otro. Como si fuésemos insectos cuyo ciclo vital dura veinticuatro horas, amamos y odiamos, aceptamos o repudiamos en un parpadeo. Lo hacemos sin valorar más allá, sin tener en cuenta el peso que los otros llevan sobre sus espaldas mojadas. Poco a poco acumulamos cientos, miles de retales deshilachados, plagados de rotos y descosidos que esperan en vano a ser reciclados; porque hay heridas que nunca sanan.

A veces hay que poner todo patas arriba, darle una guantada al tiempo, un puntapié a lo establecido, hacerle ascos al qué dirán y buscar una hoguera de leña donde hornear nuevos horizontes. Volver al origen, al camino empedrado, al sonido del agua corriendo por la pendiente, al viento que mueve el aire y lo renueva; hay que buscarse para volver a reencontrarse. ¡Es lo que tiene una crisis existencial!

Nos vemos en septiembre, cuando las hojas de los árboles cubran las aceras de ocres y el viento y la lluvia nos arropen. Feliz verano, con o sin vacaciones de por medio.

Antonia J Corrales © Copyright 6 de agosto 2019




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