En memoria de Quino

 


    No recuerdo bien cuándo te conocí, cuando les conocí a ellos, sobre todo a Mafalda, mi adorada Mafalda, con la que tanto me identifico. Por aquel entonces tendría veinte o veintiún años. En el autobús, leyendo tus viñetas, no podía evitar que se me escapara alguna que otra carcajada, mientras los pasajeros, algunos, me miraban con gesto de incredulidad, asombro o cómo si mi actitud fuese el síntoma de algún desequilibrio. Incluso, en casa fui expulsada del salón en alguna ocasión por dificultar con mi risa la audición de la televisión, que entonces ya daba muestras de un vacío que a mí me entorpecía los pensamientos.

    Creaste unos personajes tan nuestros, tan como nosotros, que seguirán vivos por y para siempre aunque tú ya hayas abandonado este mundo. ¿Quién, admirado Quino, no ha tenido o tiene en su vida una Mafalda, una Susanita, un Guille, un Manolito, un Felipe…?  Ellos y sus historias son atemporales.  Sus historias, en algunos casos, desgraciadamente se repiten, porque no ha cambiado nada. ¡Qué ironía más irónica!



    Nos enseñaste una realidad que iba más allá de la propia realidad, esa que vive en los interlineados, la que no habita en la superficie de los hechos, la que abre los ojos a muchos horizontes, próximos y lejanos. Nos enseñaste a ser libres y a intentarlo, a ver más allá y a identificarnos, a no sentirnos solos por pensar o ser diferentes al resto. Lo hiciste con arte, el arte de la creación; con ironía y destreza. Con esa singularidad de lo sencillo, de lo cotidiano, donde se hallan los verdaderos héroes, los que realmente escriben la historia; sin abolengo ni títulos nobiliarios. Nos sentimos un poco tuyos porque un pedazo de nosotros habita en cada uno de tus personajes. Porque hiciste que los sintiéramos  nuestros. Y eso, admirado Quino, va más allá del arte en sí mismo, a eso se le llama implicarse en la realidad social, algo que muchos, desgraciadamente, han olvidado o eluden conscientemente.

    Sobra decir que dejas un vacío en nuestros corazones, que nuestra inteligencia está aún hambrienta de tus frases, de la humildad y humanidad de tus personajes, de ese plato de sopa que para muchos era de lentejas o de verdura, de tantas y tantas cosas. ¡De tanta vida! Una vida narrada, dibujada y sentida con una pericia exquisita; la de un genio.    

        ¡Buen viaje, maestro!       

Antonia J Corrales © Copyright 


No hay comentarios: