DIARIO DE UNA ESCRITORA lll



     Aquellos eran días jóvenes, adolescentes, de cañas después del instituto; de ruido de motos cuyas ruedas derrapaban sobre el asfalto haciéndose notar, de togas que alisaban los bucles rebeldes. De máquinas de bolas que funcionaban con monedas de 25 pesetas. De guateques con pinchadiscos, que nada tenían que ver con los DJ actuales, y consumiciones a “escote”. De pipas en los bancos del parque, de la música de la Tuna en la radio al dar las doce. De cintas de cassette. De encuentros y desencuentros. De amores platónicos. De sopas que, como Mafalda, odiábamos.
    Fueron días en los que el tiempo corrió una maratón donde el repostaje eran vasos llenos de sentimientos, miradas esquivas y besos llenos de pasión sin sexo. Con olor a torrija en Semana Santa y una penitencia ajena que la mayoría no entendíamos.
     Entre libros de matemáticas, Lengua, Literatura, Historia… estaban las ollas, enormes, como para un regimiento, de aquella guardería en la que trabajé por un tiempo para pagarme los estudios y aquel camino solitario que recorría tras bajar del autobús. El frío en invierno y las mañanas soleadas que daban paso a la primavera. Mis sueños columpiándose en las ramas de los árboles. Mi imaginación siempre desmedida. Aquella que, ya entonces, iba reclutando palabras, gestos y situaciones para componer historias.
     La canción que tarareaba al entrar a trabajar. “Un día más” y la voz de Serrat fueron, durante aquellos días, mi bandera, mi fuerza, ese algo que todos necesitamos para seguir caminando” Hoy, no sé bien por qué, ha sonado en mi memoria al levantarme: Y bueno pues, un día más… “
@ Antonia J Corrales

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