Hace unos días leí
un artículo en un diario de tirada nacional en el que una agente literaria
marcaba algunas pautas sobre la escritura y la edición. Da su opinión en
cuanto a la proliferación de escritores nuevos de todos los estilos, géneros,
nivel literario, trama y gancho comercial. Al leer el artículo se me
antojó que sentaba cátedra. Tal vez yo no tenga la suficiente
preparación literaria o comprensión lectora y no haya captado bien su mensaje, pero su opinión
me pareció demasiado subjetiva y un poquito altiva. Quizás sus palabras
fuesen, sean, la manta que arropa otras historias más cercanas al negocio
literal de las ventas que a la búsqueda real de talentos por descubrir. O al
cansancio que conlleva su profesión. En este menester de buscar
talentos o de dar el pelotazo, como lo definen algunos, hay que desbrozar y
hacerlo con mucho tiento y respeto. Una playa no sería tal sin todos y cada uno
de sus granos de arena, esos que además de ser escritores o querer serlo,
también son lectores y clientes potenciales. No olvidemos que el carbón puede
convertirse en diamante o el diamante en carbón.
Es evidente que, como ella asevera, las
editoriales son un negocio del que comen muchas personas, eso lo sabemos todos.
Lo sabíamos antes y lo sabemos ahora, solo que ahora la tarta se tiene que
dividir en más pedazos. ¡Es lo que hay! En esa repartición de “dividendos” que
hace, me sorprendió no ver reflejado al escritor. El mísero porcentaje que nos llevamos en las ventas,
tampoco nuestras infinitas horas de trabajo. La esperanza de cobrar unos
royalties que siempre llegan a los 14 meses y que estos cubran las necesidades
que todos tenemos, algo que solo sucede en contadas ocasiones. Se le olvidó que nosotros también arriesgamos, que nuestro trabajo
es la materia prima y que, como los agricultores, somos los que nos llevamos el
trozo más pequeño de la tarta.
Yo soy una de esas
personas a las que ella se refiere que animan a cumplir los sueños. A escribir
una historia, o dos, o diez. A veces incluso a transformarla y convertir un
ensayo en una novela. O una historia intimista en romántica. Y muchas de esas
historias que, a simple vista, parecían un grano de arena, qué ironía, contenían pequeños
diamantes. ¡Qué cosas! ¿Verdad?
Cumplir un sueño
es, ante todo, trabajarse el camino que te conducirá a él y nadie tiene derecho
a dar por sentado que no va a ser posible, que te lo pienses mucho antes de
intentarlo porque quizás no sirvas para ello. Tampoco a sugerir que antes de
decirle a alguien que escriba, que cuente su historia, bien sea real o una entelequia,
que se lo piense mucho. Los sueños, sueños son. Dejan de serlo cuando uno se
propone convertirlos en realidad y todos tenemos derecho a soñar.
Sé que si estuviéramos
hablando de personas mediáticas, que no digo que escriban ni mejor ni peor que
otros, la opinión sería diferente porque en esos casos a ellos sí que les animan
a escribir un libro, dos o una saga milenaria. Les alientan y les ofrecen anticipos
que tiñen los números de la cuenta corriente de un azul añil intenso. Algunos de ellos ni tan siquiera soñaron con
ser escritores, otros no escribieron la historia en sí. A ellos no se les lee previamente, ni se les
califica como buenos o malos escritores
porque como se puntualiza en el
artículo, las editoriales son una meritocracía (sistema de gobierno de los
mejor preparados elegidos en función de sus méritos) y ya sabemos todos cómo
suelen funcionar los gobiernos mejor preparados en función de sus méritos. A
veces, no todas, por supuesto, ni méritos, ni preparación, ni gobierno, sino
audiencia y Trending Topics.
Añadir leyenda |
Trabaja, lucha,
perfecciona tu técnica. Pero no dejes que jamás nadie te robe el derecho a pelear
por tu sueño, a perseguirlo y convertirlo en una realidad. Tampoco dejes de alentar
a los que tienen un sueño por cumplir. Nadie está en posesión de la verdad y
nadie tiene derecho a decirte que no debes intentarlo, que lo pienses antes
de hacerlo.
La vida es una
carrera de fondo, una maratón en la que los sueños por cumplir son el oxígeno,
la fuerza, lo que nos impulsa a coronar la meta. No pierdas nunca la ilusión
por llegar.
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