En memoria de Gema Martín

 

La chica de las botas de montar, te llamaba. Te conocí un día de lluvia en Madrid, en la presentación de En un rincón del alma, en La Casa del Libro. Con el pelo suelto y ondulado rozando tu cintura. Impecable de pies a cabeza. Con un estilo único. ¡Qué mona va esta chica siempre!, solía decirte cuando nos veíamos y te reías. Mi memoria solo me lleva a tu sonrisa, a las presentaciones de mis libros y a las de cientos de escritores, sobre todo de los que empezábamos a construir nuestra carrera y que apoyaste sin pensártelo; poniéndole tanta ilusión que las obras parecían haber sido escritas por ti. A tus reseñas, a los grupos de lectura, a aquel gesto que hacíamos para la foto que, más tarde, colgaríamos en las redes sociales. Una pose que se convirtió en la seña de identidad del grupo.

Te comiste la vida a bocados. Eras un torbellino. Incansable e inalcanzable para muchos. Un tren de alta velocidad que recorría la vida casi sin detenerse, haciendo las paradas justas. Tal vez presentías, antes de nada, lo que iba a suceder. Muchas veces pensé que, quizás, ibas demasiado rápido, que tenías ansiedad por vivir, por beberte la vida de un trago. ¡Y te la bebiste!

Siempre es pronto para irse, ¡siempre! Siempre queda tanto por decir, por sentir, por vivir.

Un pedazo de ti permanecerá por y para siempre entre las páginas de nuestros libros, en esas historias a las que diste vida, tu vida. A las que les pusiste una foto, una sonrisa. Son recuerdos imperecederos, de los que jamás te olvidas.

Fuiste y serás parte de nuestra historia, de nuestro caminar que hoy, sin tu presencia, se ha vuelto taciturno. Cojea, se trastabilla, se ha quedado parado en un apeadero esperando a que bajes en cualquier momento de un tren con una novela nueva entre las manos, que todo sea un mal sueño.
Hasta pronto, amiga. Me niego a decirte adiós.

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