Que la vida se nos va, como el humo de ese tren...
En muchas ocasiones me pondría a escribir sin
acotaciones. Sin tan siquiera pensar en la historia que voy a contar, porque a
veces la historia es lo de menos. Hay tantas cosas que narrar. Pequeños
detalles que minan o elevan nuestro diario, que forman parte de nuestra vida
como el latir semiinconsciente y silencioso de nuestro corazón. Momentos que se
quedan ahí, perdidos en un limbo lleno de recuerdos. Son tan pequeños, tan
chicos, que suelen evaporarse como pavesas llevadas por una brisa de verano
impropia y anochecida.
Hay días que escribiría y describiría esas miradas que
dejamos caer sobre las hojas verdes de aquel árbol, cuyo tronco curtido por las
cicatrices del tiempo, soporta y da vida a ramas que aspiran rozar el cielo. Lo
hacen ingenuas, hasta que llega la época de poda o el viento de una borrasca
derriba el tronco que las sostiene. Con su caída se van nuestros pensamientos a
otro lugar, a otro espacio de tiempo; allá dónde el árbol ha dejado de existir.
Narraría esas tardes de pan y chocolate: de rescate,
del truco, de los alfileres que llenaban nuestros alfileteros de colores y con
los que jugábamos a la hora del patio. De las pellas que hacíamos las tardes de
primavera en el instituto. De aquella máquina de bolas que costaba veinticinco
pesetas la partida. De los guateques en casa de tal o cual. De las pipas en el
parque, sin dinero en los bolsillos pero con mil temas de los que hablar y
cientos de sueños por realizar. De las canciones que cantaba uno de mis amigos,
guitarra en mano, en aquella bodeguilla de Valdemorillo.
De cuando descubrí la libertad.
Retomaría mis primeros relatos, escritos a mano con
bolígrafo, sobre hojas cosidas y milimetradas Aquel caballete dónde pinté
muchos cuadros que fui regalando. Las láminas donde las caricaturas tomaban
vida con la tinta china. Los colores que aún hoy me hacen evocar recuerdos
maravillosos. Mi primer amor, el otro y el de más allá. Cuando conocí al de verdad.
El después de amarnos a pesar de los obstáculos. El ahora. Nuestros sueños, los
de ambos; muchos aún sin realizar.
Contaría cómo cuando hago “de comer” la radio ameniza
mi ir y venir de un lado a otro de la cocina. Relataría con todo lujo de
detalles mi forma de bailar y cómo canto, eufórica, todas y cada una de la
canciones de Fito y los Fitipaldis, sobre todo, La casa por el tejado:
"Ruinas, no ves que por dentro estoy en ruinas…" "...menos mal
que fui, un poco granuja, todo lo que sé , me lo enseñó una bruja… "
Antonia J Corrales © Copyright 20 de febrero de 2020
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