DIARIO DE UNA ESCRITORA XXIV





Que la vida se nos va, como el humo de ese tren...




    En muchas ocasiones me pondría a escribir sin acotaciones. Sin tan siquiera pensar en la historia que voy a contar, porque a veces la historia es lo de menos. Hay tantas cosas que narrar. Pequeños detalles que minan o elevan nuestro diario, que forman parte de nuestra vida como el latir semiinconsciente y silencioso de nuestro corazón. Momentos que se quedan ahí, perdidos en un limbo lleno de recuerdos. Son tan pequeños, tan chicos, que suelen evaporarse como pavesas llevadas por una brisa de verano impropia y anochecida.



    Hay días que escribiría y describiría esas miradas que dejamos caer sobre las hojas verdes de aquel árbol, cuyo tronco curtido por las cicatrices del tiempo, soporta y da vida a ramas que aspiran rozar el cielo. Lo hacen ingenuas, hasta que llega la época de poda o el viento de una borrasca derriba el tronco que las sostiene. Con su caída se van nuestros pensamientos a otro lugar, a otro espacio de tiempo; allá dónde el árbol ha dejado de existir.

    Narraría esas tardes de pan y chocolate: de rescate, del truco, de los alfileres que llenaban nuestros alfileteros de colores y con los que jugábamos a la hora del patio. De las pellas que hacíamos las tardes de primavera en el instituto. De aquella máquina de bolas que costaba veinticinco pesetas la partida. De los guateques en casa de tal o cual. De las pipas en el parque, sin dinero en los bolsillos pero con mil temas de los que hablar y cientos de sueños por realizar. De las canciones que cantaba uno de mis amigos, guitarra en mano, en aquella bodeguilla de Valdemorillo.

    De cuando descubrí la libertad. 

    Retomaría mis primeros relatos, escritos a mano con bolígrafo, sobre hojas cosidas y milimetradas Aquel caballete dónde pinté muchos cuadros que fui regalando. Las láminas donde las caricaturas tomaban vida con la tinta china. Los colores que aún hoy me hacen evocar recuerdos maravillosos. Mi primer amor, el otro y el de más allá. Cuando conocí al de verdad. El después de amarnos a pesar de los obstáculos. El ahora. Nuestros sueños, los de ambos; muchos aún sin realizar.
    Contaría cómo cuando hago “de comer” la radio ameniza mi ir y venir de un lado a otro de la cocina. Relataría con todo lujo de detalles mi forma de bailar y cómo canto, eufórica, todas y cada una de la canciones de Fito y los Fitipaldis, sobre todo, La casa por el tejado: "Ruinas, no ves que por dentro estoy en ruinas…" "...menos mal que fui, un poco granuja, todo lo que sé , me lo enseñó una bruja… "


Antonia J Corrales © Copyright 20 de febrero de 2020

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