DIARIO DE UNA ESCRITORA XXV




Cuando el tiempo se detiene




Aún conservo en el interior de una gaveta entreabierta la esperanza. Juega conmigo al escondite. Por su ir y venir, se me antoja que quiere escapar, pero no puedo ni debo dejarla marchar. Allí también guardo un puñado de recuerdos. Forman parte de un pasado casi inmediato que se me escurre entre los dedos; los mismos dedos que cuentan las horas yermas de este presente tan imprevisible como vacío. Nostálgico de aquel entonces que se fue sin previo aviso. Son los mismos que contaron, escondidos bajo el pupitre, los de aquella suma infantil. Hoy les falta rapidez, les sobra melancolía y ganas para sumar o restar. Y es que las sumas y las restas, los gráficos y los números se han convertido, desgraciadamente, en estadísticas inhumanas que buscan mesetas, curvas, bajadas o subidas sin nombres ni apellidos; padrenuestros enlutados desde la distancia. Sin ese, tan necesario, último adiós.
En mi terraza sigue corriendo el aire arrastrado por el viento que precede a una tormenta, el que antes olía a vida, a jara, pino y tierra mojada; pero sobre todo a sueños y libertad. Intento atrapar un puñado de su fuerza. Cierro los ojos, extiendo los brazos y abro las manos olvidando que el viento siempre se va. Es como el futuro; un trashumante loco de atar.


Voy y vengo. Me detengo unos instantes y luego de un suspiro casi apagado me vuelvo a ir. Marcho tras las lágrimas vertidas por los que se han ido y por los que se irán. Víctimas mudas y solitarias de una puñalada trapera que les pilló a contrapié.
Me pierdo en el blanco, verde o azul de las batas que inundan los pasillos de cualquier hospital. En el ruido y las luces de las sirenas y los aplausos. En la prisa y el miedo de los repartidores exprés. En el mocho de la fregona que antes bailaba y hoy llora su orfandad. En las mascarillas y los guantes que nos han robado, entre muchas cosas, la identidad. En los locales vacíos, en las saetas sin Virgen ni Cristo. En las fiestas sin feria ni gentío. En los bares cerrados donde nos conocimos, intimamos o brindamos. Esos lugares tan gratos para conversar. En las tiendas donde antes comprábamos zapatos, ropa o aquella sortija para regalar. Y el futuro se me antoja tan imprevisible como la mente de un científico perturbado.


El tiempo, ese que antes escaseaba, va y se detiene. Lo hace una y otra vez. Se para, se interrumpe, se trastabilla; cojea.


La vida hoy se me antoja un juego de irreverentes, de bandidos irresponsables que disparan al aire sus mentiras, su ineficacia; su mortal irresponsabilidad.


La vida ya no nos me besa en la boca; se lo han prohibido. Pero, a pesar de ello, y aunque a muchos les pese, le robaremos un beso; ¡aunque solo uno sea! 

Antonia J Corrales © Copyright abril 2020

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