En este largo recorrido, asfaltado de palabras, construido
con cientos de historias en las que habitan personajes que tiene alma, que
viven allá donde las estrellas brillan eternamente, estuve y estoy acompañada
de muchas personas, sobre todo mujeres, mis mujeres de agua y mis hombres de
viento. También de figuras de papel, esas que se construyen y destruyen ante
tus ojos como los folios que, después de ser utilizados en papiroflexia, se desechan y vuelven a ser una
simple hoja de papel, vacía; sin rastro alguno de alma. Muchas de estas personas
desaparecieron de mi vida como lo hacen de la trama de mis novelas algunos personajes;
porque aunque parecían idóneas, buenas, cargadas de un halo especial o simulaban
ser amigas, solo eran una ilusión; parte de un fuego artificial que en vez de alumbrar
tus pasos intentaban quemarte la planta de los pies.
Aprendí, no sin
esfuerzo, que debía seguir mi camino. No fue sencillo, nada lo es. El
desencanto, a veces, se acomodó en mi sofá y las nauseas hicieron que mi mano
se balancease durante unos segundos al llevarme la taza de café a los labios.
Aprendí, llorando pétalos de rosa rojos, como los de Diana, la brujita de la
trilogía Historia de una bruja contemporánea,
a construir una colcha imaginaria con ellos. Me arropé bajo su rojo protector,
me resguardé de los recuerdos feos, de la gente que quiso embarrar mis
sentimientos, mi vida y mi profesión. Y conseguí obviarlos.
Hoy, después de tantos años, de muchos varapalos, de muchos
triunfos, de sueños cumplidos y por cumplir, sigo siendo la misma mujer imperfecta,
la escritora estresada, la #mamagallina que cuelga recetas de cocina en su Instagram,
portadas de mis novelas, instantes de mi vida que quiero compartir con mis
mujeres y hombres de agua, con mis lectores, esos que han hecho y hacen de mis
historias una realidad donde soñar, cobijarse y reencontrarse con ellos mismos.
Los que me hacen seguir siendo quien era entonces, cuando soñaba con ver mis
novelas editadas, expuestas sobre las
estanterías de las librerías físicas o virtuales. No he cambiado, sigo siendo
la misma mujer, la misma persona que un día decidió publicar de forma independiente
la historia de una mujer bajo el maravilloso título, En un rincón del alma, cobijada bajo un paraguas rojo que protege a
mis lectoras y que, desde entonces, también me protege a mí.
He aprendido a diversificar, a darle a cada cosa, a cada
comentario, a cada reacción, la importancia que deben tener; ni más ni menos. A
fin de cuentas, solo nosotros tenemos la capacidad y la autoridad para elegir con
quién queremos caminar. A pesar de todo, no he dejado de ser fiel a mis principios.
Sigo siendo la misma, le pese a quien le pese. De eso es de lo que más
orgullosa me siento. De eso y de ser mujer, escritora, madre, esposa y amiga de mis amigos. ¡Sin más!
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