DIARIO DE UNA ESCRITORA XII


    Me tomé un tiempo de más. Son esos momentos, horas o días que necesitas para retomar lo cotidiano. Este año, ese espacio sin redes, en la soledad compartida con los míos, a los que tanto amo, ha sido un poco más largo. Estoy perezosa, algo lenta porque me detengo en cualquier cosa y esa pausa que marca mis pasos me gusta. Habito un espacio en el que las horas no las marca el reloj, ni tan siquiera la caída del sol en estos atardeceres de invierno tan prematuros como fríos.
    Revivo recuerdos y con ellos, de su mando, vuelvo sobre las calles de Sevilla, esas que habité el último día de 2018 y el primero de este 2019 y sonrió pensando en la magia que cubrió este final de año; tan deseado. 

    Miro la agenda, el correo electrónico, la carpeta de los contratos editoriales y sonrío. Pronto habrá novedades que compartir, proyectos ya cerrados con los que comenzar un nuevo año, impar, de los que a mí me gustan.
Recojo los sentimientos de un puñado de correos electrónicos, las palabras que los impregnan de magia, que los llenan con parte de las vidas de mis lectoras y lectores. Sonrío, sí, sonrío al comprobar la exquisita percepción que tienen para entresacar de mis novelas hasta el último interlineado de las historias. Como las habitan hasta hacerlas suyas.
    Ando ahí, con la mirada puesta en el brillo de una lejana estrella, ensimismada en su contemplación. Soy, como mis lectoras y lectores, de otra especie, de otro mundo, de otro lugar. Allí, las palabras son polvo de hadas. Allí, cualquier sueño puede convertirse en realidad.





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