Desventuras

Pidió un ejemplar del Quijote y un lápiz de carpintero. No le dieron navaja para afilarlo y tuvo que usar sus dientes, que, tras los continuos envites, se rebajaron. Los dibujos de la faz quijotesca colonizaron las paredes de la celda y las cuartillas exhibían el mismo rostro famélico de expresión enloquecida.
Años después de su ejecución, se supo que sus rasgos estereotipados hicieron que los testigos lo confundiesen con el asesino. Pero ya era tarde. Entonces, él, viajaba a lomos de Rocinante por los campos de Castilla, con un rostro imposible de confundir: el de Alonso Quijano.


© Antonia J Corrales

*Texto finalista en el II Certamen de relatos hiperbreves " El Tren y el viaje" Renfe.

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