Llevaba más de un mes con esa tos estúpida y repetitiva. Los “bronco dilatadores” eran más que eso,ejercían sobre mi psiquis una extraña sensación, que me producía un bienestar cercano al efecto del anestésico, pero necesario. Las cajetillas de tabaco seguían amontonándose sobre la mesa de trabajo. Cuando el ataque de tos sobrevenía me revolvía por dentro pensando en lo estúpida que era, en lo mal que me encontraba. Acto seguido me imaginaba a mi misma dejando de fumar, haciendo deporte de manera asidua. Entonces, me veía atlética, joven, con una ausencia total de espasmos bronquiales. Mi piel rejuvenecía impregnada toda ella de oxigeno puro. ¡Qué soberana estupidez!, pensaba al tiempo, mientras la imagen de algún coche de gasóleo activaba mis defensas de fumadora convencida y desprendía su asqueroso humo sobre el catalizador del mío llenando el habitáculo de mi vehículo de un humo negro y mal oliente!
La imagen de esos cuerpos de yogur, tomando el sol, un sol "halógeno", me producía un deseo sobrehumano por conseguir que mis rasgos genéticos, esos que le habían dado a mi constitución unas caderas excesivamente prominentes, variaran dándoles una forma que nunca podrían tener a no ser por medio del milagro de la cirugía estética. A veces, llevada por la buena voluntad, compraba multitud de yogures desnatados, enriquecidos y cargados de bacterias beneficiosas que harían que mis pechos creciesen y mi culo se redujera, al tiempo que me inmunizarían. Pero, a pesar de ello, seguía cogiendo mi gripe anual y los virus colonizaban mis intestinos cada verano con una gastroenteritis que me hacia perder más peso que ninguna dieta. Siempre me gustaron los derivados de la leche, de todo tipo de leche; de vaca, de oveja o de cabra. Y, a pesar de tomarlos en exceso, de una manera visceral, mis depósitos de calcio siempre andaban por los suelos. Mi organismo no asimilaba bien el calcio, la vitamina C y el hierro. De ello tenía la culpa el maldito tabaco. ¡Eso decía la OMS!... O la estúpida herencia genética.
Una vez imaginé una novela en la que el avance médico había alcanzado unas cotas insospechadas. Los especialistas en genética tenían la capacidad de cambiar los cromosomas y darte así la oportunidad de la elección de tus rasgos físicos. Acabé rompiendo el borrador. Los personajes eran tan parecidos que no tenían ningún tipo de interés. Simplemente no tenían futuro ni presente, se quedaban paralizados ante la nada de sus vidas. Las mujeres tenían los mismos pechos, el mismo trasero perfecto. Los hombres poseían un hermoso aparato genital y sus brazos eran todos exactos a los de Arnold Schwarzenegger. Ante tal perfección, ante tal carencia de enfermedades, la muerte había dejado también de existir. La parte del ADN que da origen a la personalidad diferente de cada individuo, estaba vacía. Todo era igual, nada había diferente. El tedio era tan insoportable que produjo en mí, un amor desmesurado por la imperfección humana, por la gran variedad de culos, de tetas, y de penes. Por la gran diversidad de caracteres que posee la especie humana, con la cual me siento plenamente identificada como ser imperfecto que soy. Y así, de la misma manera que empecé la historia la acabé.
A pesar de la tos, y de las taquicardias alternas que en los días de trabajo extremo me produce el consumo compulsivo del tabaco, ¡sigo fumando!. Sería vulgar morir de cáncer de pulmón…¡ya lo hace demasiada gente! Quizás ése sea mi destino, o tal vez si no fumase no moriría nunca. Eso me horroriza aún más que la misma muerte. Siempre me ha horrorizado el tedio, el tedio y el dolor. ¡Una vez más intento convencerme de algo de lo que no estoy convencida!. Siempre ha sido así. Mi vida es una contradicción. Es una historia donde el aburrimiento lucha por subsistir sin conseguirlo.
Me ha costado casi un riñón, … ¡Qué digo un riñón!. Me ha costado casi una intoxicación de nicotina acabar esta novela. Tal vez con ella consiga mi propósito. Quizás la gente que la lea sienta las vidas y las experiencias que hay en ella tan cerca de las suyas, tan impregnadas de su pasado, presente y futuro, que confundan su lectura con el recuerdo de una historia real de gente de aquí, que alguien que vivió allí, les contó alguna vez y que pasó, vivió y murió como lo hacemos todos, sin dejarse sentir. Tal vez consiga ser parte de las cifras que han reflejado éste año los sondeos que miden la renta per cápita de éste país, y que dicen que los españoles, en este año 1998, viajaremos más en los meses de verano, que nuestros ingresos nos han permitido invertir en bienes más duraderos, “¡Los muy idiotas citaban entre ellos el coche! Como si un coche fuese un bien duradero. A mí no me dura en condiciones normales más de una temporada. ¡Tal vez sea porque yo no he tenido la oportunidad de tener un buen coche nunca!” De todas formas yo debo de estar fuera del grupo de ese 75%, que debe de ser el 75% de doscientas personas que las estadísticas dicen se comprará un adosado éste año, saldrá de vacaciones con “Curro”, y estrenará una cuenta de ahorro. Y para más cachondeo, son a los que la declaración siempre les sale a devolver.
Tal vez consiga ser simplemente leída. En realidad deseo ser todas esas cosas, sobre todo pudiente. Si de algo siempre he pecado ha sido de clara. Aunque no consiga nada, al menos lo he intentado. He intentado seguir teniendo ganas de intentar algo nuevo cada día.
La imagen de esos cuerpos de yogur, tomando el sol, un sol "halógeno", me producía un deseo sobrehumano por conseguir que mis rasgos genéticos, esos que le habían dado a mi constitución unas caderas excesivamente prominentes, variaran dándoles una forma que nunca podrían tener a no ser por medio del milagro de la cirugía estética. A veces, llevada por la buena voluntad, compraba multitud de yogures desnatados, enriquecidos y cargados de bacterias beneficiosas que harían que mis pechos creciesen y mi culo se redujera, al tiempo que me inmunizarían. Pero, a pesar de ello, seguía cogiendo mi gripe anual y los virus colonizaban mis intestinos cada verano con una gastroenteritis que me hacia perder más peso que ninguna dieta. Siempre me gustaron los derivados de la leche, de todo tipo de leche; de vaca, de oveja o de cabra. Y, a pesar de tomarlos en exceso, de una manera visceral, mis depósitos de calcio siempre andaban por los suelos. Mi organismo no asimilaba bien el calcio, la vitamina C y el hierro. De ello tenía la culpa el maldito tabaco. ¡Eso decía la OMS!... O la estúpida herencia genética.
Una vez imaginé una novela en la que el avance médico había alcanzado unas cotas insospechadas. Los especialistas en genética tenían la capacidad de cambiar los cromosomas y darte así la oportunidad de la elección de tus rasgos físicos. Acabé rompiendo el borrador. Los personajes eran tan parecidos que no tenían ningún tipo de interés. Simplemente no tenían futuro ni presente, se quedaban paralizados ante la nada de sus vidas. Las mujeres tenían los mismos pechos, el mismo trasero perfecto. Los hombres poseían un hermoso aparato genital y sus brazos eran todos exactos a los de Arnold Schwarzenegger. Ante tal perfección, ante tal carencia de enfermedades, la muerte había dejado también de existir. La parte del ADN que da origen a la personalidad diferente de cada individuo, estaba vacía. Todo era igual, nada había diferente. El tedio era tan insoportable que produjo en mí, un amor desmesurado por la imperfección humana, por la gran variedad de culos, de tetas, y de penes. Por la gran diversidad de caracteres que posee la especie humana, con la cual me siento plenamente identificada como ser imperfecto que soy. Y así, de la misma manera que empecé la historia la acabé.
A pesar de la tos, y de las taquicardias alternas que en los días de trabajo extremo me produce el consumo compulsivo del tabaco, ¡sigo fumando!. Sería vulgar morir de cáncer de pulmón…¡ya lo hace demasiada gente! Quizás ése sea mi destino, o tal vez si no fumase no moriría nunca. Eso me horroriza aún más que la misma muerte. Siempre me ha horrorizado el tedio, el tedio y el dolor. ¡Una vez más intento convencerme de algo de lo que no estoy convencida!. Siempre ha sido así. Mi vida es una contradicción. Es una historia donde el aburrimiento lucha por subsistir sin conseguirlo.
Me ha costado casi un riñón, … ¡Qué digo un riñón!. Me ha costado casi una intoxicación de nicotina acabar esta novela. Tal vez con ella consiga mi propósito. Quizás la gente que la lea sienta las vidas y las experiencias que hay en ella tan cerca de las suyas, tan impregnadas de su pasado, presente y futuro, que confundan su lectura con el recuerdo de una historia real de gente de aquí, que alguien que vivió allí, les contó alguna vez y que pasó, vivió y murió como lo hacemos todos, sin dejarse sentir. Tal vez consiga ser parte de las cifras que han reflejado éste año los sondeos que miden la renta per cápita de éste país, y que dicen que los españoles, en este año 1998, viajaremos más en los meses de verano, que nuestros ingresos nos han permitido invertir en bienes más duraderos, “¡Los muy idiotas citaban entre ellos el coche! Como si un coche fuese un bien duradero. A mí no me dura en condiciones normales más de una temporada. ¡Tal vez sea porque yo no he tenido la oportunidad de tener un buen coche nunca!” De todas formas yo debo de estar fuera del grupo de ese 75%, que debe de ser el 75% de doscientas personas que las estadísticas dicen se comprará un adosado éste año, saldrá de vacaciones con “Curro”, y estrenará una cuenta de ahorro. Y para más cachondeo, son a los que la declaración siempre les sale a devolver.
Tal vez consiga ser simplemente leída. En realidad deseo ser todas esas cosas, sobre todo pudiente. Si de algo siempre he pecado ha sido de clara. Aunque no consiga nada, al menos lo he intentado. He intentado seguir teniendo ganas de intentar algo nuevo cada día.
© Antonia J Corrales
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